La Organización de los Tercios

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Los Tercios Españoles, una Máquina Bien Engrasada

Seguro que estás harto de oír hablar de los Tercios, esas unidades de élite del Imperio español que dominaron los campos de batalla de Europa durante más de ciento cincuenta años. Pues bien, queremos entrar de lleno y en detalle en la organización de estos ejércitos, en las funciones y responsabilidades de cada soldado, desde el primer hasta el último hombre. Después de leer este artículo prácticamente serás como un Maestre de Campo.

Maestre de Campo

Nombrado por el mismísimo rey, este capitán ostentaba el mayor rango dentro del Tercio, incluso por encima del sargento mayor. Su presencia era tal que comandaba una guardia personal de ocho alabarderos, símbolo de su poder y prestigio. Más que un simple jefe militar, el Maestre de Campo era un líder integral. Era responsable del mando y la disciplina, de impartir justicia y mantener el orden. También velaba por el bienestar de sus tropas, supervisando el aprovisionamiento y las condiciones de vida. Para alcanzar este cargo tan distinguido, un soldado debía forjar una brillante carrera militar. Su fama y reconocimiento debían llegar a oídos del rey, quien evaluaba su valor y experiencia antes de otorgarle tan alta responsabilidad. Era habitual que el primer paso fuese el liderazgo de una unidad de tropas extranjeras. Solo después de demostrar su valía se le confiaba un tercio de españoles, la élite de la élite.

Alférez Mayor

Este oficial era el custodio del estandarte, el símbolo más sagrado del Tercio, que representaba la unidad, el valor y la historia del regimiento. Si bien el Alférez Mayor no portaba el estandarte en batalla, su responsabilidad era crucial. Era él quien lo custodiaba celosamente, asegurándose de que siempre estuviera presente en las formaciones, los desfiles y, sobre todo, en el fragor del combate. Para tan importante tarea, contaba con un grupo de escoltas de confianza, quienes se encargaban de llevar el estandarte con gallardía y bravura. El Alférez Mayor era un oficial de gran prestigio y experiencia. Su nombramiento era un reconocimiento a su trayectoria militar y a su profunda lealtad al Tercio. Era un líder nato, capaz de inspirar a sus compañeros con su ejemplo y su compromiso. Más que un simple cargo, ser Alférez Mayor era una distinción que conllevaba una enorme responsabilidad. Era un honor defender el estandarte, símbolo del honor y la tradición del Tercio, y guiar a sus hermanos de armas en la batalla.

Sargento Mayor de los Tercios

Ayudantes de Campo

Compuesto por entretenidos (jóvenes aspirantes a oficiales) y reformados (oficiales veteranos sin mando), este grupo actuaba como un Estado Mayor en miniatura, ofreciendo asistencia técnica y burocrática. Su consejo experto era invaluable para el comandante, guiándolo en las decisiones estratégicas y tácticas. Entre sus filas se encontraban veteranos experimentados, expertos en artillería, caballería, ingeniería y otras áreas vitales para el éxito militar. Liderados por el Capitán Mayor, quien asumía las funciones de Jefe de Estado Mayor, los Ayudantes de Campo recopilaban información, elaboraban planes y transmitían órdenes con precisión y eficiencia. Su trabajo silencioso era fundamental para el buen funcionamiento del ejército, permitiéndole operar como un organismo cohesionado y efectivo.

Barrachel

Con un nombre que evocaba a los antiguos capitanes de alguaciles, este oficial era la mano de hierro del Maestre de Campo, responsable de mantener la cohesión y la seguridad del regimiento. Jefe de la policía militar, el Barrachel supervisaba con celo la conducta de los soldados. Inspeccionaba los campamentos, castigaba las faltas y delitos, y se aseguraba de que la justicia se aplicara con rigor. También era responsable de la sanidad e higiene, velando por la salud de las tropas y previniendo enfermedades. Incluso las prostitutas y demás gentes que acompañaban al Tercio en el tren de bagajes estaban bajo su control, garantizando un mínimo de orden y decoro. Para cumplir su cometido, el Barrachel contaba con una pequeña fuerza de alguaciles, quienes impartían justicia con mano dura. A su lado también se encontraba el verdugo, figura temida por todos, símbolo del poder implacable del Barrachel. El Barrachel era un personaje odiado y temido por los soldados, pero su labor era indispensable para el buen funcionamiento del Tercio. Su presencia constante era un recordatorio de que la disciplina era la base del éxito militar, y que la justicia, incluso en la guerra, era siempre necesaria.

Barrachel

Sargento Mayor

Era el ayudante principal del maestre de campo, el segundo al mando. No tenía escolta propia como el maestre, pero sí tenía potestad sobre el resto de capitanes y se encargaba de transmitir las órdenes del maestre. Era el alma del tercio. Su primer cometido era disponer los órdenes de marcha y de combate del tercio y de convertir una masa desorganizada de soldados en un cuadro imponente o en un escuadrón de acero, picas y bocas de fuego en cualquiera de las formas establecidas para las distintas contingencias. Era el encargado de la instrucción y de las maniobras, para llevar esto a cabo, el sargento mayor debía conocer las distintas modalidades del cuadro a la perfección para elegir y conformar los diferentes tipos existentes de formaciones en cada ocasión particular. Para ello contaba con los sargentos de las compañías y un alférez reformado.

Tambor Mayor

Con su gran tambor o “atambor”, este músico era el director de orquesta del Tercio, utilizando su ritmo para guiar a las tropas en la formación, la marcha y el combate. El redoble del tambor mayor era el latido del Tercio. Sus órdenes sonoras marcaban el paso, transmitían las estrategias y elevaban la moral de los soldados. Era la banda sonora de la batalla, una melodía que inspiraba valor y unidad en el fragor del combate. El Tambor Mayor era un instructor. Enseñaba a los tambores y pífanos de las compañías a tocar con precisión y sincronía, creando una sinfonía militar que coordinaba los movimientos del Tercio. El bastón de plata, conocido como “porra”, era un símbolo de la autoridad del Tambor Mayor. Clavado en el campamento, marcaba el lugar del arresto para los soldados castigados. La orden “Vaya usted a la porra” resonaba como un recordatorio de la disciplina férrea que reinaba en el Tercio.

Tambor Mayor de los Tercios

Furriel Mayor

Este cargo, de vital importancia, era responsable de alojar a los soldados, administrar los almacenes y gestionar las pagas, garantizando que el Tercio funcionara como una máquina bien engrasada. Su labor no se limitaba a la logística básica. El Furriel Mayor era un estratega, previendo las necesidades de las tropas en cuanto a armas, munición y otros suministros. Su visión y planificación eran esenciales para mantener al Tercio preparado para la batalla. Para asegurar la precisión y eficiencia en la gestión, cada compañía contaba con un furriel secundario que respondía ante el Furriel Mayor. Este oficial se encargaba de llevar las cuentas, la lista de soldados y de ejecutar las órdenes del Furriel Mayor con precisión. No cualquiera podía acceder a este cargo de tanta responsabilidad. El Furriel Mayor debía ser un hombre letrado, capaz de leer, escribir y realizar cálculos matemáticos. Su inteligencia, organización y meticulosidad eran claves para el éxito del Tercio.

Servicio Sanitario

En la era del Tercio, la atención médica distaba mucho de ser la que conocemos hoy. Sin embargo, este ejército de élite contaba con un sistema sanitario rudimentario pero efectivo, diseñado para atender las necesidades de sus soldados en la dura realidad del campo de batalla. Cada tercio disponía de un único médico profesional y un cirujano, responsables de la salud de toda la tropa. Estos profesionales supervisaban el trabajo de los barberos de cada compañía, quienes brindaban atención básica a los soldados. Para atender a los heridos en batalla, se establecían hospitales de campaña tanto en el frente como en las rutas de marcha. Estos centros médicos temporales proporcionaban un espacio para la recuperación y el tratamiento de las lesiones más graves. En caso de asedios prolongados o campañas especialmente sangrientas, se establecían hospitales especiales de campaña en puntos estratégicos.
 
Servicio Sanitario de los Tercios

Cuerpo Judicial

Formado por un oidor, un escribano, dos alguaciles, un carcelero y un verdugo, este tribunal militar se encargaba de impartir justicia dentro del regimiento. El Cuerpo Judicial actuaba como un microcosmos del sistema judicial español, con el oidor como juez principal, responsable de presidir los juicios y dictar sentencia. El escribano documentaba los procesos, mientras que los alguaciles hacían cumplir las órdenes del tribunal. El carcelero se encargaba de los condenados, y el verdugo ejecutaba las sentencias más severas. Este cuerpo se encargaba de juzgar delitos cometidos por los soldados del Tercio, desde faltas menores hasta crímenes graves como la deserción o el motín. También se ocupaba de los testamentos de los soldados, asegurando que sus últimas voluntades se cumplieran.
 

Capellán Mayor

Nacido de la Ordenanza de 1632, este cargo era un bálsamo para el alma de los soldados, aquellos hombres que combatían la brutalidad de la guerra con fe y esperanza. El Capellán Mayor era el pastor del Tercio, guiando a sus ovejas en el camino de la fe. Poseía la autoridad para elegir a los capellanes de las compañías, asegurando que cada soldado tuviera acceso a la luz que necesitaba. Era el jefe de todos los capellanes, supervisando su trabajo y velando por su formación y bienestar. En el fragor de la batalla, cuando el miedo y la incertidumbre atenazaban las almas, el Capellán Mayor se erguía como un faro de esperanza. Ofrecía consuelo a los afligidos, guía a los perdidos y fortaleza a los que enfrentaban la muerte. Era la voz de la misericordia en el campo de batalla, un recordatorio del amor divino en medio del horror. El Capellán Mayor era un pilar fundamental del Tercio. Su presencia era un ancla en la tormenta, una fuente de fortaleza y resiliencia para los soldados que enfrentaban los desafíos de la guerra.

Capitán

Elegido por el rey, este oficial era la piedra angular del ejército, responsable de la cohesión y el éxito de sus hombres en el campo de batalla. El Capitán era el enlace entre los soldados y el alto mando. Debía informar a sus superiores de cualquier incidencia, manteniendo al Tercio al tanto de la situación de su compañía. El Capitán también era un gestor. Tenía la potestad de dar licencia a un soldado para que se trasladara de una compañía a otra, pero jamás para abandonar el Tercio, decisión que solo el Maestre de Campo o el Rey podían tomar. En el combate, el Capitán era un ejemplo para sus hombres. Solía ir acompañado de un paje de rodela, que lo protegía con un escudo. Esta posición exponía al Capitán al peligro, y era habitual que sufriese graves heridas en la batalla. El Capitán era un pilar fundamental del Tercio. Su liderazgo, su experiencia y su valor eran esenciales para la moral y el éxito de la compañía. Su figura inspiraba a los soldados y los guiaba hacia la victoria, incluso en las situaciones más difíciles.
 

Alférez

Era el segundo del capitán, su brazo derecho. Un oficial de confianza, puesto que podía encargarse de dirigir la compañía en ausencia del capitán si este así lo requería. En las marchas, contaba con otro ayudante llamado sotalférez o abanderado, que llevaba la bandera cuando no hubiese combate. Su propósito era llevar y defender la bandera de la compañía en el combate, llegando en algunos casos a perder ambos brazos con tal de evitar que la bandera cayera al suelo. Si esta llegaba al suelo, significaba que la compañía había perdido el combate, por lo que incluso llegaban a sujetarla con la boca, algo complicado, ya que pesaba 5 kg. La bandera siempre debía llevarse de forma vertical, nunca al hombro, pues si caía lo más mínimo, bajaría la moral.
 

Sargento

Cada compañía tenía uno, y se encargaba de transmitir las órdenes de los capitanes a los soldados, de que las tropas estuvieran bien preparadas para combatir y que fueran ordenadas. Era el oficial con más especialidad en el cuidado de la disciplina y en la ejecución de cuanto se ordenara. En los servicios nocturnos, se encargaba establecer las guardias y supervisarlas. Podía castigar a los soldados con una alabarda especial que solo llevaban los sargentos, siempre y cuando no los incapacitara para el combate. El empleo de sargento fue creado tras la guerra de Granada, a finales del siglo XV, a petición de los capitanes. El soldado elegido para sargento, normalmente un cabo, debía ser apto, hábil, razonable y valeroso.
 

Cabo

Eran soldados veteranos que tenía bajo su mando a unos 25 hombres. Llevaban una partesana o alabarda modesta sin adornos. Se encargaban de alojar a los soldados en camaraderías, grupos más reducidos. Debían adiestrar a los soldados, asegurarse de que se cumplieran las órdenes del capitán y mantener el orden. De producirse algún desorden, no tenía poder para castigar a los soldados, por lo que debía limitarse a informar al capitán. Debían vigilar especialmente las buenas relaciones entre los soldados que tenían bajo su mando. Para ello, se preocupaban por instalarlos en alojamientos por grupos con caracteres afines, para que no se produjeran enfrentamientos.
 

Barbero

Más que un simple peluquero, era el sanador de la compañía, responsable de aliviar el dolor y curar las heridas de los soldados. El Barbero debía poseer conocimientos básicos de medicina y cirugía. Su labor consistía en atar y sangrar heridas, realizar vendajes y aplicar remedios caseros para aliviar el sufrimiento de los soldados. En ocasiones, incluso realizaba amputaciones y otras intervenciones de mayor complejidad. El Barbero era un confidente de los soldados. En sus manos no solo estaba su salud física, sino también su bienestar emocional. Escuchaba sus penas, les brindaba consuelo y les daba ánimos para seguir adelante en la dura vida militar.
 

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